Había una vez un pastorcito que vivía solo, no tenía familia. Su única compañía era su rebaño de ovejas, a las que llevaba a pastar cada mañana a la cima de un cerro en un humilde pueblito de gente trabajadora. Todos lo apreciaban porque era gracioso y muy trabajador, pero tenía un gran defecto: mentía mucho.
En una hermosa mañana, mientras cuidaba a sus ovejitas en el cerro, el pastorcito se aburría y pensó: "¿Qué pasaría si grito y llamo a Chicho, el carnicero? Seguro que vendrá corriendo". Entonces, comenzó a gritar desesperado: "¡Ayúdenme, hay un lobo! ¡Ayúdenme, quiere comer mis ovejas!" Siguió gritando con la intención de que Ariel o Hiere, dos vecinos del pueblo, vinieran en su ayuda.
El carnicero escuchó los gritos y corrió hasta la cima del cerro. También llegó Doña Palmira, una costurera que llevaba consigo su alfiletero y su costurero, ya que estaba trabajando en un hermoso vestido. Incluso el panadero, Don Pedro, corrió para ver qué estaba sucediendo y si podía ayudar. Pero el pastorcito se hizo el que lloraba, dejando caer algunas lágrimas por sus ojos, preparándose para decir una gran mentira a todos los trabajadores que subieron a ayudarlo.
Después de inventar una historia sobre un horrible y peludo lobo malvado que había querido comerse sus ovejas y a él también, el pastorcito lloraba. Pero para su sorpresa, no hubo ni un zorro ni ningún lobo, todo fue una gran mentira. Chicho, el carnicero, le dijo: "Me alegro de que estés bien, pero me parece que este es otro de tus chistes. No mientas, y mucho menos si tu vida está en juego porque la vida es sagrada".
La costurera también le reprochó: "¿Por qué nos mientes? Eres un gran mentiroso. Me voy a trabajar". Lo dejaron solo en la cima del cerro. El pastorcito siguió mintiendo, diciendo que el lobo pasó de largo porque tenía miedo y no tenía mucha hambre. Pero la gente estaba muy molesta, comenzaban a darse cuenta de las travesuras del pastorcito.
Al día siguiente, el pastorcito llevó a pastar a sus ovejas una vez más. Disfrutaba de su compañía, pero de repente, tuvo una idea. "Voy a llamar a todo el pueblo otra vez", pensó. Esta vez, empezó a gritar desesperado: "¡Ayúdenme, viene el lobo!". Rápidamente, el panadero, con su masa en la espalda, Don Chicho con una red llena de chorizos y la costurera con todos sus alfileres, acudieron a su ayuda.
Pero nuevamente, el pastorcito les mintió al pueblo. La gente se dio cuenta de que era un mentiroso y que había dejado de trabajar para acudir a su ayuda por nada. Estaban muy molestos y decepcionados con el pastorcito. Le dijeron que
era un mentiroso y se marcharon, dejándolo solo en la cima del cerro una vez más.
El pastorcito se dio cuenta de que sus mentiras habían causado el rechazo de la gente. Se sintió solo y asustado. Al día siguiente, llevó a sus ovejas a pastar con mucho temor. Pero esta vez, un verdadero lobo hambriento apareció y atacó a una de las ovejitas. El pastorcito gritaba pidiendo ayuda, pero nadie acudió en su ayuda.
Estaba solo y con mucho miedo, pero logró saltar a un árbol y ponerse a salvo. Mientras temblaba y seguía gritando, reflexionó sobre sus mentiras y comprendió que solo había ganado una cosa: que la verdad se pareciera a su cuento de mentiras. Entendió que debía decir siempre la verdad y aprender de sus errores.
Desde ese día, el pastorcito decidió cambiar. Aprendió la importancia de la honestidad y cómo sus mentiras habían afectado la confianza de los demás. Comenzó a decir la verdad en todas sus acciones y a ganarse nuevamente el respeto de la gente del pueblo.
Y así, el pastorcito aprendió que la mentira nunca lleva a buenos resultados y que la honestidad es la mejor elección en cualquier circunstancia. A partir de ese momento, su vida cambió y pudo vivir en armonía con las ovejas y la comunidad, siendo valorado por su autenticidad y sinceridad.
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